Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1538
Legislatura: 1893-1894 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 2 de junio de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 144, 4603-4610
Tema: Defensa de los productos españoles contra las imposiciones arancelarias del Gobierno alemán

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Ha hecho bien el Sr. Silvela en atribuir la responsabilidad de cuanto pasa, y sobre todo de lo que sucede con el tratado hispano-alemán, al Gobierno de S. M., y con especialidad al Presidente del Consejo; de otra manera, hubiera tenido que echar la responsabilidad sobre otras personas y sobre otras fracciones políticas, y a tanto hasta ahora no se ha atrevido S. S.: ya llegará el caso, y lo hará. Entretanto, bueno es que, en lugar de debatir con esas personas y con esas fracciones políticas, debata S. S. con el Gobierno, porque se encuentra en mayor desahogo y en más completa libertad. Pero a fe a fe que S. S. ha sido bien injusto con el Gobierno, porque, después de todo, supone que el Gobierno lo que hace es huir de toda dificultad para no darse mal rato y para no tener veranos desagradables como los que yo he tenido en estos últimos años; y S. S. en eso no tiene razón ninguna, porque yo no me he preocupado para nada de los disgustos que puedan producirme todas aquellas reformas que he creído convenientes a los intereses del país, y sabe S. S. que lo mismo en el terreno político que en el económico, los Gobiernos que yo he tenido la honra de presidir han sido los que han presentado más radicales reformas y las han realizado más por completo, siendo las reformas políticas de las que más oposición han provocado, y las económicas de las que han herido más intereses, y todas las ha abordado el partido liberal sin reparar en las dificultades que podían tener para nuestras personas bajo el punto de vista de la comodidad o del desahogo.

Si yo abracé con entusiasmo las reformas del señor Gamazo, todavía siento por ellas el mismo entusiasmo; y si el Sr. Gamazo hubiera querido, aquí estaría para desarrollarlas y completarlas. Y tengo razón para seguir sintiendo los mismos entusiasmos por aquellas reformas, porque, Sr. Silvela, el presupuesto que está a punto de liquidarse, es el primero que se va a liquidar con superávit, a pesar de haber tenido una guerra extranjera. (Rumores.) Sí, a pesar de una guerra extranjera.

Para conseguir esto, no ha habido sacrificio que yo no haya hecho; he prescindido de los disgustos que he podido tener, y por eso he pasado los veranos desagradables a que ha aludido el Sr. Silvela. Ahora estoy también dispuesto a pasar veranos desagradables, si es que son desagradables por hacer reformas que yo creo convenientes a mi país. Ya sabía yo los sacrificios que me iban a costar y los disgustos que iba a tener al emprender esas reformas; ya sabía yo que para pasar tranquilamente el tiempo que se está en el banco azul y para pasar tranquilamente el tiempo que después se está fuera de él, no hay cosa mejor que no hacer nada. Esa puede ser la teoría de alguien, pero seguramente no es la mía, porque mi vida política, que ya va siendo muy larga, está demostrando lo contrario. Apenas hay en este país reforma política o económica que yo no haya tenido la honra de realizar. (Muy bien.)

Que el tratado hispano-alemán está muerto desde que el Ministro de Estado comunicó al Senado español la nota en que el Gobierno alemán propone como límite al plazo para continuar en la obligación de sancionar el tratado, lo que dure esta legislatura. No sé si será esa la muerte del tratado; depende hasta ahora del Senado español, al cual al comunicarle la nota, se le ha dicho que en su vista haga lo que crea más conveniente a los intereses del país: pero no es [4603] porque sea imposible que el tratado se apruebe en esta legislatura, ni porque en la nota haya nada inusitado y que no sea corriente entre Naciones que tratan. Pues qué, ¿no sabe el Sr. Silvela que hace muy poco el Emperador de Rusia propuso un plazo pequeñísimo para aprobar el tratado, sin lo cual el tratado desaparecía, y que el Parlamento alemán en tres días lo aprobó? En tres días, y era un tratado que no recibía bien Alemania, porque los tratados casi nunca los reciben bien los países ; todos creen que el tratado celebrado con un país es más ventajoso para ese país que para él propio . ¿Pero es que el Parlamento español no puede aprobar el tratado en el tiempo que queda de legislatura, cuando en menos tiempo se han aprobado otros, cuando en época del partido conservador, en menos tiempo se han aprobado tratados que el partido liberal no creía buenos?

El partido liberal, dígase lo que se quiera, y a pesar de lo que ayer dijo el Sr. Cánovas del Castillo en el brillante discurso que yo no tuve el gusto de oír, jamás ha puesto dificultad ninguna a ninguna cuestión que haya tenido carácter internacional, porque eso le parece gravísimo, porque eso puede exponer al país a grandes perturbaciones y pasta a grandes peligros. Jamás el partido liberal en asuntos internacionales ha puesto dificultad ninguna al partido conservador ni a ningún partido.

Y a propósito de dificultades, aquí se ha dicho que en aquellos tristes días de la cuestión de las Carolinas, yo prediqué la guerra contra Alemania. ¿Dónde, cuándo ni de qué manera? Entonces, como siempre que ocurren cosas graves en mi país, me puse al lado del Gobierno; yo en aquellos tristes días, sin tener en cuenta para nada las responsabilidades que el Gobierno podía tener en aquella dolorosísima cuestión, aconsejé a todo el mundo y prediqué a mi partido, como a todos los partidos que me consultaron, que en esos momentos era forzoso que desaparecieran los partidos, para que no hubiera más que españoles en España que se pusieran al lado del Gobierno, cualquiera que fuese, sin perjuicio de exigir después la responsabilidad a que hubiere lugar. El que otra cosa diga, no dice lo que es exacto .

Yo en otra cuestión grave, en la cual en verdad el Gobierno no tenía responsabilidad ninguna, en otra cuestión grave en que España podía aparecer amenazada de grandes peligros, yo, sin pensar en que eso pudiera precipitar la caída del Gobierno, reuní a la Junta directiva de mi partido, oí a todos sus afiliados, y el resultado fue el ir yo en persona a ver al Presidente del Consejo de ministros, señor Cánovas del Castillo, y decirle: Sr. Presidente, en estos momentos no hay partido liberal; no hay más que un partido español que viene a ponerse al lado del Gobierno, y yo personalmente me pongo de tal manera a su disposición, que estoy dispuesto a ir a mandar cualquier provincia. (El Sr. Cánovas del Castillo: Todo eso será verdad; pero quisiera saber cuándo y cómo.) Cuando la muerte del Rey Don Alfonso XII. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¡Ah!-Rumores en la mayoría.)

Y en todas ocasiones, en estos asuntos que pueden referirse o pueden tener alguna relación, siquiera sea indirecta, con las cuestiones exteriores, he estado siempre al lado del Gobierno, y he procurado que lo esté mi partido; y jamás, en lo que de mi ha dependido, jamás he consentido que se le pusiera dificultad ninguna .

Es verdad que las cuestiones de gobierno principalmente se refieren a las cuestiones económicas, a las cuestiones de la fuerza pública y a las de orden público; pero yo no creo que haya Gobierno ninguno que no considere como cuestión de gobierno la realización de compromisos que ha contraído con Gobiernos extranjeros. Yo no digo que sea cuestión de gobierno esta cuestión política de aprobación o desaprobación de un tratado, porque los Gobiernos pueden vivir con tratados y sin tratados ; pero lo que digo es, que todo Gobierno que se ha comprometido con Gobiernos extranjeros a llevar al Parlamento los tratados que con ellos ha convenido, y a procurar su discusión y aprobación, no cumple con su deber si no los lleva y no hace lo posible para que se aprueben, y tiene el derecho de pedir al Parlamento que le facilite los medios de realizar ese acto importantísimo de gobierno . ¿Aprueba los tratados el Parlamento? Bien. ¿No los aprueba? Pues igualmente bien; porque esa es función del Parlamento; y ningún Gobierno se compromete a la aprobación de los tratados, sino a presentarlos y a hacer lo posible para que se aprueben; pero, al fin y al cabo, al Parlamento es a quien corresponde su aprobación o desaprobación.

De manera que es posible aprobarlos o desaprobarlos; lo que no es posible es no discutirlos, porque eso sería hacer un desaire y cometer una falta de consideración con las Potencias con quienes tratamos. Esta es la cuestión, ni más ni menos. Nosotros hemos convenido con el Gobierno alemán un tratado que deben discutir y aprobar o desaprobar los respectivos Parlamentos, para luego canjear la ratificación. El alemán cumplió con su deber; cumplió en este punto como puedan exigir las condiciones más exquisitas de la diplomacia. También en aquel Parlamento habla una gran oposición al tratado; también Alemania creía que era perjudicial para aquel país y que era muy beneficioso para los españoles, y de ahí la oposición grandísima que hacia al tratado hispano-alemán el Reichstag; todos los intereses agrícolas estaban en contra; fracciones políticas importantes por completo en contra; y el Gobierno aquel, para cumplir el compromiso adquirido con el español, hizo lo que pudo, no sólo para que se discutiera el tratado, sino para que se aprobara; y hasta hizo intervenir en el Parlamento influencias superiores a las suyas. Y con todo y con eso, Sres. Diputados, en un Parlamento de más de 700 individuos, sólo pudo aprobarse el tratado por 19 votos de mayoría. Claro está que así como lo aprobó por 19 votos, pudo no haberlo aprobado, con lo cual nada tenía que hacer España; podía haberlo sentido más o menos, por creer que fuera el tratado beneficioso para el país, pero nada mas podía hacer.

Pues eso ha pasado hace seis meses, Sres. Diputados. ¿Hemos correspondido nosotros a lo que han hecho el Gobierno y et Parlamento alemán? Por consiguiente, aquel Parlamento que representa la opinión del país, está resentido de la conducta que con él se observa en España; porque no pretende que se apruebe el tratado, sino que responda el Parlamento español al acto que él realizó hace seis meses discutiendo y aprobando el tratado, que responda discutiendo y aprobando o rechazando el tratado alemán, sin lo [4604] cual se cree desairado, y entiende que hay por parte de España una falta de consideración.

Pero dice el Sr. Silvela: el tratado hispano-alemán ha muerto porque el Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha querido que muera, y si no ha querido que muera, no ha sabido querer que se apruebe: este es el dilema presentado por el Sr. Silvela. ¿Qué quería el Sr. Silvela que hiciera el Gobierno? ¡Pedía S. S. medios de energía, pedía S. S. hasta violencias! ¿Pero cabe la energía y la violencia? Dado el estado en que se ha colocado la cuestión, ¿qué ha de hacer el Gobierno? Yo le aseguro al Sr. Silvela que si el Gobierno hubiera encontrado en las leyes o en el Reglamento medios, aunque hubieran sido los más violentos, los habría empleado para que al menos se hubiese discutido el tratado alemán. Uno de los medios que me proponía el Sr. Silvela, y que no me parece de gran energía, era que apeláramos al patriotismo. ¡Cuántas veces hemos apelado al patriotismo, demostrando una paciencia que yo no creía jamás poder tener! Sí, hemos apelado al patriotismo y hemos guardado toda clase de consideraciones al adversario para que no se aprovechara de esa situación.

Nada de esto ha servido al Gobierno; y cuando ha visto que no le servía, se ha limitado a protestar, que es lo único que podía hacer; y aun así, aquellos que recibían la protesta se incomodaban y decían que el Gobierno ejercía violencia y les quería obligar o hacer precipitadamente lo que necesitaba un maduro examen .

¿Qué otra cosa podíamos haber hecho? Porque todavía, si el dictamen se hubiera puesto sobre la mesa y hubiéramos empezado a discutirlo, todavía el Gobierno tenía algunos medios y hubiera podido emplearlos, porque contra el abuso (y empleo esta palabra en su sentido benévolo) del Reglamento por parte de las minorías está también el abuso del Reglamento de parte de la mayoría; pero era preciso para eso que viniera el dictamen, y que nos pusiéramos en condiciones de poder aplicar los artículos del Reglamento, siquiera sean duros en este caso, como los hemos aplicado en otras ocasiones. Pero es que no nos queréis colocar en esa situación; es que no se quiere discutir el dictamen. ¿Y por qué? Porque decís que es necesario someterse a nuevas informaciones. ¡A nuevas informaciones, en este país de las mismas, en que en menos de diez años se han hecho seis informaciones, la ultima de las cuales ocupa seis volúmenes muy abultados! (Risas.)

¡Nuevas informaciones, cuando hace bien poco tiempo, y para los aranceles que rigen, se abrió una información amplísima, de la cual habló ayer con aplauso el Sr. Cánovas del Castillo; y era, Sres. Diputados, para los aranceles de 1892, casi como si dijéramos para los del año pasado! Y después, por si aquella información tan amplia, tan detenida, no fuera bastante, todavía se ha hecho otra información por la Comisión de tratados. Pues esto no bastaba; era preciso otra información por la Comisión parlamentaria del Senado; porque según decían, había que rectificar en las anteriores informaciones muchos errores, muchas equivocaciones y aun falsedades. Supongo que no se referían con esto a la información hecha en tiempo de los conservadores para los aranceles de 1892, porque esa sería perfecta, no tendría error ninguno; se referían sin duda a la ultima información, a la de la Comisión de tratados.

Pues bien, Sres. Diputados; ha venido todavía esa información de la Comisión parlamentaria del Senado, y en ella se han empleado treinta y seis días. ¡Treinta y seis días informando sobre cosas en las que ya había informado todo el mundo! ¡Hasta han ido a informar los Obispos en un tratado comercial! Y esto cuando nosotros hemos tenido tratados anteriores celebrados con Alemania, cuando ha habido relaciones comerciales por virtud de esos tratados y cuando había datos de toda clase en cuanto pudiera interesar a nuestro comercio.

Pero, en fin, ya esta hecha la última información, en la que se han invertido treinta y seis días; ¿y qué se ha hecho después? En quince días no se ha reunido más que una vez la Comisión, para decir que necesita más documentos. Y todo eso sabiendo que estábamos pendientes de un plazo, y que podían venir consecuencias desagradables, como en efecto han venido, como ha venido la ruptura de relaciones comerciales con Alemania . ¿Qué responsabilidades caben en esto al Gobierno, Sr. Silvela? ¿Cuándo el partido liberal ha invertido tanto tiempo en discutir tratados presentados por el partido conservador? ¿Cuándo se ha valido de estos medios para obstruir su discusión? ¿En qué época, ni respecto a qué tratado, ha hecho semejante cosa el partido liberal, ni, dicho sea en justicia, ningún partido español?

Pero lo curioso del caso es que, pidiendo tantas informaciones y reclamando tantos datos, no resultan muy necesarios, porque al discutir aquí, parece que todos conocen perfectamente el tratado. Ayer mismo nos decía el Sr. Cánovas del Castillo que el tratado es muy malo, que perjudica a los intereses de España, y particularmente a los intereses de la industria siderúrgica. De modo que al mismo tiempo que se dice que nadie conoce el tratado, que hacen falta muchas informaciones, muchos datos y muchas noticias, se viene a decir aquí que el tratado es malo. Pues si no le conocen, ¿cómo saben si es bueno o malo?

Todavía tiene remedio la cosa; que cada cual cumpla con su deber, que prescindamos de esos procedimientos inusitados hasta ahora en asuntos de esta índole, que venga el tratado y lo discutiremos . ¿Es que probáis que el tratado es malo, que perjudica a los intereses de la Nación, que perjudica a la producción nacional, y que sobre todo perjudica, como decía ayer el Sr. Cánovas del Castillo, a los intereses de la industria siderúrgica? Pues nos convenceremos de que el tratado es malo, y se desechará; y si no se desecha, y algún interés sale perjudicado, medios de gobierno hay, aun dentro de los mismos aranceles, para dar a esos intereses la debida compensación . En cambio, a la industria y al comercio, que están esperando el tratado y que le piden, ¿qué satisfacción les vamos a dar en esta incertidumbre en que están? ¿Es que pueden continuar así el comercio, la industria y la producción nacional, que vosotros pretendéis favorecer más que nadie?

Que el tratado es malo, que nunca se ha hecho una oposición a ningún tratado como la que se hace a éste, decía el Sr. Silvela. ¡Ah, qué desmemoriado anda S. S. para lo que quiere! Hasta ahora no he conocido ningún tratado menos combatido que éste, al menos por la opinión pública; porque no se combate el tratado; lo que se hace es imposibilitar la marcha del Gobierno en este asunto, por lo cual yo me inclino a creer que se hace oposición al tratado, no por el [4605] tratado mismo, sino por el Gobierno . Pues qué, ¿no recuerda el Sr. Silvela, que dice que yo no procuro más que huir de las dificultades, las que a mi se me presentaron para la aprobación del tratado de 1882? ¿No sabe el Sr. Silvela cómo estaba la opinión pública en contra de ese tratado, cómo la pusieron ciertos elementos más políticos, que económicos? No recuerda el Sr. Silvela que hasta hicieron venir al ilustre Obispo de Barcelona, que en tono sentidísimo y con lagrimas en los ojos decía que la aprobación de aquel tratado iba a ser el desastre más grande para este país, y nos describía el estado de Barcelona después del tratado, mostrándonos solitarias sus calles, solo frecuentadas por mujeres extenuadas por el hambre, con niños al pecho muertos ya de inanición, y por obreros también exánimes, cayendo sobre las aceras; haciéndonos, en fin, una descripción de la ciudad de Barcelona, que todavía me entristece el alma, aun cuando los hechos han probado todo lo contrario?

Pues bien; se aprobó el tratado de 1882, y ni las calles de Barcelona quedaron solitarias, ni fueron frecuentadas por esas pobres madres exánimes de frío y de hambre, con niños muertos de inanición, ni los obreros se han caído por las calles a granel muertos de hambre; y después de eso, poco tiempo después, Barcelona realizó el más grande acto que ha realizado población ninguna en España, acto a que concurrieron todas las Naciones de Europa en honra y homenaje hacia la Nación española. (Muy bien.) Con ese tratado, objeto de tan violentos ataques, ha florecido la industria catalana, y la fabricación de Cataluña ha llegado al mayor auge que ha podido lograr hasta ahora, y en algunos artículos ya no tiene competencia, gracias a que aquel tratado, sin perjudicar a ninguna industria, lo que hizo fue estimular a todas para que se pusieran al nivel de los adelantos modernos, porque con los aranceles antiguos la industria catalana no daba un paso, no podía competir como ahora compite en muchos artículos con la extranjera. (Muy bien.)

Ya ve el Sr. Silvela cómo ni ahora, ni entonces, ni nunca me asusto ante las dificultades, y que en aquella ocasión las vencí a pesar de esos presagios de desastres que hacían todos los enemigos de aquel tratado, y de echarme a mi la responsabilidad de la ruina de este desventurado país.

Y no digo nada de la lucha financiera que tuve que sostener en unión del dignísimo Ministro de Hacienda Sr. Camacho; vencí esas dificultades, luchando a brazo partido con los conservadores y con todas las demás agrupaciones y con intereses muy respetables. Si el Sr. Silvela llega alguna vez al puesto que tengo la honra de ocupar, y que es probable llegue pronto, por los procedimientos que veo yo siguen otras personas (Risas), sólo le deseo a S. S. que tenga la decisión que he tenido yo, que tenga la energía, que tenga el valor que he tenido yo para luchar con todo género de dificultades y para sacar adelante las reformas que me he propuesto.

Ya que el Sr. Silvela alardea de conocerme tanto, y habla de mis defectos y de mis buenas cualidades, siempre más de éstas que de aquéllos, y por eso le estoy agradecido a S. S., yo, sin alardear de conocer a S. S., me atrevo a decir que me parece que a S. S. le ha de faltar mucho de eso que yo, como digo, deseo que tenga S. S.

Pero sin acudir al tiempo de los liberales, ¿no recuerda el Congreso y el mismo Sr. Silvela lo que le pasó al partido conservador con el modus vivendi con Inglaterra? Los mismos argumentos se hicieron entonces contra el partido conservador y contra el Sr. Cánovas que ahora se hacen contra el partido liberal y contra mí, y hasta por las mismas personas, que también entonces decían que se iba a arruinar el país, qué se iba a parar la fabricación catalana, y que la industria siderúrgica, que estaba poco adelantada, no prosperaría. Todo eso decían al Sr. Cánovas y al partido conservador los mismos que me lo dicen ahora a mí; y ni el Sr. Cánovas ni el partido conservador consiguieron nada que pudiera suavizar un poco aquella oposición; y el Sr. Silvela sabe que algunos de sus amigos de Cataluña se separaron en esto del partido conservador, y ya que no consiguieron nada, se fueron a Cataluña casi a predicar la guerra santa y a manifestar allí que el tratado que se proponía llevar a cabo el Gobierno sería la ruina de Cataluña.

Pues bien; eso mismo, o bastante menos que eso, dicen ahora del tratado hispano-alemán; y yo espero que lo que sucedió con el tratado en 1882 sucederá con éste en mayor escala, porque de antemano se puede decir que aquí no se quiere discutir el tratado hispano-alemán para los efectos de cumplir con Naciones extranjeras; pero se viene discutiendo hace dos meses sin provecho y sin resultado ninguno para los efectos de la marcha del Gobierno. Yo puedo decir lo siguiente: el tratado hispano-alemán es mucho más protector que el tratado de 1882, y si con aquel tratado, menos protector que éste, pudieron vivir las industrias españolas y pudieron desarrollarse otras nuevas, claro es que podrán vivir y podrán desarrollarse mejor con éste . Eso desde el punto de vista de la protección, sin la cual creéis vosotros que va a morir todo; pues aun desde ese punto de vista, es mejor el tratado hispano-alemán que os proponemos que el tratado de 1882, y no hay motivo para creer que con este tratado, más protector, no han de prosperar nuestras industrias y no han de crearse otras nuevas.

El Sr. Cánovas del Castillo, con la habilidad parlamentaria que le distingue, quiso justificar la conducta de la Comisión del Senado para demostrar que no hay obstrucción ninguna, que esa Comisión no ha hecho más que valerse de los recursos que le da el Reglamento, y que hace bien en utilizarlos todos para evitar la aprobación de un tratado tan ruinoso para los intereses nacionales: ya habéis visto lo ruinoso que es. El Sr. Cánovas del Castillo tiene mucha práctica de las cosas políticas y de los asuntos parlamentarios para creer que el obstruccionismo no se puede hacer dentro del Reglamento; claro es que se puede hacer dentro del Reglamento, y porque dentro del Reglamento se hace, es por lo que el Gobierno no lo puede impedir. La prueba de que S. S. lo reconoce así; es que S. S. decía ayer: para que no sucedan esas cosas, reformemos el Reglamento. Reformémoslo; yo no tengo inconveniente en reformarlo; pero advierto a S. S. que cualquiera que sea la reforma del Reglamento, o no atar de pies y manos a los Diputados, cuando una oposición política quiera obstruccionismo, obstruccionismo habrá. ¿Qué medios quiere emplear S. S. para reformar el Reglamento hasta el punto de que no puedan obstruir las [4606] oposiciones? Sería preciso que atacáramos a la libertad de la tribuna, la más preciosa de todas las libertades.

Claro está que en las oposiciones existe el derecho de discutir cuando lo juzguen conveniente a los intereses de su país y aun a sus propósitos y a sus ideas; pero en las mayorías existe el derecho de resolver; y es necesario armonizar estas dos cosas de manera que ni se quite a las oposiciones la libertad de discutir, ni a las mayorías el derecho de resolver en términos hábiles, y eso no se conseguirá por ningún Reglamento, por bien estudiado que esté: eso se consigue con la prudencia en las oposiciones, con el patriotismo en todos. Vamos a la reforma del Reglamento, decía el Sr. Cánovas, hasta el punto de que no pueda suceder lo que pasa en el Senado, porque entonces tampoco vosotros podréis realizarlo cuando llegue el caso. Esto es lo que no hemos realizado y lo que no realizaremos jamás en asuntos internacionales, que son asuntos verdaderamente de gobierno. (Rumores en la minoría conservadora.) Es que para mi es verdaderamente de gobierno la realización del compromiso que el Gobierno contrae con un Gobierno extranjero.

El Sr. CANOVAS DEL CASTILLO: No teníais derecho para contraer semejante compromiso. (Rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Es el compromiso de traerlo al Parlamento para que se discuta.

Eso es lo que se pretende, y no está todavía el tratado delante del Parlamento. Esa es para el Ministerio actual una cuestión de gobierno, a no ser que quiera pasar ante las Naciones extranjeras como un Gobierno falto de seriedad, y con el cual es imposible tratar en el porvenir.

Después de todo, ese partido conservador que quiere dar a los demás partidos lecciones de lo que es gubernamental, ¿por qué en un asunto tan importante como lo son todos los que se refieren a las relaciones internacionales, no da una lección al Gobierno y le dice: el Gobierno no lo ha hecho bien, pero, yo voy a enmendar lo hecho, porque se trata de una cuestión internacional? Hubiera adquirido un gran prestigio como partido gubernamental, mientras que ahora está predicando lo contrario; porque no basta con decir: el Gobierno lo ha hecho mal; es preciso que SS. SS. no lo hagan tampoco. Si el Gobierno no ha procedido tal y como convenía proceder, S. S., como director de un partido que se llama eminentemente gubernamental, debía ayudar al Gobierno, sin perjuicio de exigir después la responsabilidad. Por lo menos, debía no estorbar la acción del Gobierno.

El Sr. Cánovas del Castillo se quejaba de que el Sr. Ministro de Estado hiciera alarde de su generosidad con las oposiciones, y decía que si en efecto el Gobierno había tenido algún acto de benevolencia con las oposiciones, que no lo conocía, se destruía la bondad de ese acto desde el momento en que se hacía alarde de ello, como si nosotros hubiéramos hecho alarde de eso.

Apenas ha habido una sesión en que no se nos haya dicho una y cien veces que el Gobierno liberal vive por el protectorado y por la misericordia del partido conservador. (Negativas por parte de los Diputados de la minoría conservadora .)

Todos los días nos habéis dicho que vivimos por vosotros.

El Sr. CANOVAS DEL CASTILLO: Aquí no lo ha dicho nadie.

El Sr. NAVARRO REVERTER: Y el Sr. Ministro de Estado lo confirmó . (Rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta) : Vea el Sr. Cánovas del Castillo cómo hay alguien que lo ha dicho.

El Sr. NAVARRO REVERTER: El Sr. Ministro de Estado confirmó lo que yo dije, que fue que nadie

había dicho eso. (Nuevos rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pues si no se ha dicho, para que no se diga. El Gobierno no necesita más protección que la de la mayoría de las Cortes, ni más confianza que la de la Corona. Fuera de eso, no quiere el protectorado, y mucho menos la misericordia de nadie, que no necesita. (Muestras de aprobación en la mayoría.)

¿Queréis ser hombres de gobierno y partido gubernamental y ayudar como tales a las soluciones del Gobierno? Sedlo; tanto mejor para nosotros; vosotros, que habéis sido Gobierno, os pondréis en aptitud de volverlo a ser. ¿No queréis hacer eso? El Gobierno lo sentirá; pero más que el Gobierno perderéis vosotros, que perderéis la aptitud para gobernar después. (Risas.)

Reíos lo que queráis; pero estos son hechos que en la política tienen su lógica, y su lógica inflexible; y la lógica de la política está, más que en ninguna cosa, en que los partidos en la oposición cuiden mucho de no destruirse para el poder, y no hay nada que destruya tanto como las pruebas que dan los partidos en la oposición de ser poco gubernamentales; porque, aparte de que les puede salir a la frente todo lo que hagan en daño de los actos de gobierno, claro está que la opinión publica no puede llamar jamás a este banco; a regir los destinos de la Nación, a personas que hayan dado ya pocas pruebas de ser gubernamentales en la oposición. (Rumores.)

Yo sentiría que así sucediera ; pero más lo hubiera sentido en otras circunstancias. Porque ahora si que se puede decir que no hay mal que por bien no venga. No ha habido nadie que haya lamentado más que yo la división que se inició en el partido conservador; para evitarla hice cuanto me era posible, cuanto le era posible hacer a un adversario. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿también nos protegió S. S.? Risas.) ¡Ya lo creo! Y en el momento en que vi que por la conducta de un hombre político importante de ese partido podía venir una disidencia en él, le traté despiadadamente, con más energía con que suelo yo tratar a nadie?(El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Por eso, o en defensa propia?) Fue por eso; puesto que antes de tener que defenderme personalmente, fue cuando le ataqué sin piedad porque su conducta podía producir una disidencia. Por eso fue; lo sabe bien el Sr. Cánovas del Castillo; porque yo no le ataqué más que por la conducta que yo vela que observaba; porque yo comprendía que aquella conducta iba a producir (todavía no la había producido) la división del partido conservador. ¿Qué agravio personal había recibido yo entonces de aquel hombre político? ¿Cómo había yo de atacarle entonces en defensa propia?

De modo que yo hice lo que pude; lo que tiene es, que lo que yo hacia para evitar la división, como [4607] adversario, lo deshacía S. S. como amigo (Muy bien, muy bien, en la mayoría), y todo mi trabajo le destruía S. S. con el suyo, que, claro está, había de tener más eficacia, tratándose de un amigo, que el trabajo opuesto, de un adversario; y así, mis trabajos quedaron anulados por los de S. S. (El Sr. Cánovas del Castillo. ¿Pero trabajó mucho, en efecto?)

Pues bien; yo que entonces sentí mucho aquella división, ahora tengo que pensar que no hay mal que por bien no venga; porque esa división yo la había considerado como un mal; pero desde aquí en adelante, puede que resulte un bien, si el partido conservador no se enmienda. (Aprobación.)

Pero, en fin, es necesario que nos entendamos?(Rumores y risas.) Es decir, que nos entendamos para ver las resoluciones que hay que adoptar. Por lo demás, inteligencias en otro sentido, declaro que no las quiero. (Aprobación en la mayoría.) Quede cada cual en su puesto, cumpla cada uno con su deber, que unos y otros sabemos cuál es, si se ha de atender, no sólo a los intereses de partido, sino a los intereses más altos de la Nación. (El Sr. Cánovas del Castillo: No trabaje más S.S.)

Entendámonos; el tratado hispano-alemán está todavía pendiente de discusión; el Gobierno desea que venga el debate; que se apruebe o se desapruebe; pero que venga al debate, porque lo cree necesario como una reparación al país con el cual ha tratado el Gobierno español.

De la Comisión del Senado y del partido conservador depende que se discuta. El verá lo que ha de hacer. El Gobierno siente lo que sucede; no tiene medidas coercitivas para obligar a la Comisión o, poner el dictamen sobre la mesa; que si las tuviera, las ejercitaría . (El Sr. Cánovas del Castillo: ¡Ya lo creo!)

¡Pues ya lo creo que debe saberlo S. S.! Pero lo que yo quiero también es que lo sepa el Sr. Silvela, que cree que depende del Gobierno el que el tratado se apruebe o no se apruebe.

Con que quieran los conservadores firmar el dictamen, basta para que haya dictamen; porque los conservadores están en mayoría en la mayoría de la Comisión. (Denegaciones.) La mayoría de la Comisión opuesta a los tratados se compone de cuatro individuos; tres son conservadores, y el otro es conservador en lo que se refiere al proteccionismo de la industria siderúrgica, porque en lo demás es librecambista. Pues en queriendo esos tres, claro está que habrá dictamen. (Varios Sres. Diputados de la minoría conservadora: No; cuatro.) Qué quieran los tres conservadores, repito, y habrá dictamen . (El Sr. Fernández Villaverde: Que quieran las cuatro liberales.) ¿Quieren los tres conservadores que hay en la mayoría de la Comisión firmar el dictamen? Pues habrá dictamen. (El Sr. Fernández Villaverde: ¿Y los cuatro liberales?) Yo se lo aseguro a S. S ., porque los liberales firmarán el dictamen. (El Sr. Fernández Villaverde: En la Comisión tienen mayoría los liberales.) No la tienen. Señores Diputados, la cosa es clara, y no andemos ahora en tiquis miquis, como vulgarmente se dice, porque no es esta cuestión a propósito para ello. Del partido conservador depende que haya dictamen para discutir.

Que se comprometa el Sr. Cánovas del Castillo a decir a sus amigos del Senado que firmen el dictamen, y habrá dictamen; y si alguno de mis amigos se opone, yo lo expulsaré solemnemente del partido, porque yo no puedo permitir que ningún individuo del partido liberal, cualesquiera que sean sus ideas sobre los tratados, ponga al Gobierno de la Nación española, no ya al Gobierno de su partido, en la situación de no poder cumplir sus compromisos con las Naciones extranjeras. Vote cada cual como quiera los tratados, siempre que no se impida su discusión y no se apele a ningún género de obstruccionismos, que nos pueden resultar muy caros y que ya están costando muchos sacrificios al país. Por consiguiente, o queréis o no queréis que esa discusión venga.

El Gobierno la quiere, la desea con ansia, y hará todo lo posible para que eso se realice; pero como al fin y al cabo depende de vuestra voluntad, decid si queréis o no que discutamos el tratado. ¿Queréis? Con la firma de uno o dos de vuestros amigos habrá dictamen, y éste se discutirá. ¿No queréis? Pues que cada cual cargue con la responsabilidad que le corresponde. (El Sr. Cánovas del Castillo: Con mucho gusto.)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Silvela tiene la palabra para rectificar.

El Sr. SILVELA (D. Francisco) : Muy breves palabras, Sres. Diputados, porque el elocuente discurso del Sr. Presidente del Consejo de Ministros entiendo que ha confirmado en el ánimo de todos vosotros lo que había de más esencial, digámoslo así, de más sustancial, es más propia esta palabra, en el discurso mío.

Decía S. S. que en tres días se había aprobado el tratado del Imperio alemán con Rusia. ¿Sabe S.S. lo que el Emperador de Alemania hizo para ello? Pues en la Gaceta de Colonia está en una correspondencia muy autorizada que vino hace pocos días. Claro es que hay que establecer la natural diferencia entre países regidos por instituciones y por costumbres tan diversas, como lo son el Imperio alemán y España. Pero a fin de que se aprobase ese tratado, que con efecto se aprobó con grandes obstáculos en el Imperio alemán, consta en aquella correspondencia que el Emperador conferenció con los principales Diputados que capitaneaban la oposición, y les dijo que la guerra de tarifas con Rusia en una frontera tan extensa y en las condiciones en que se entablaba, significaba en un porvenir no lejano la guerra; que la cuestión de la aprobación del tratado era una cuestión suya personal; y ejerciendo de esa suerte la presión más extraordinaria que en las costumbres y en las instituciones del país podía ejercer, es como consiguió aquel resultado.

Tome S. S. ese ejemplo, para, guardando las convenientes distancias, hacer algo parecido a aquello, que creo que está muy lejos todo ello de lo que representa y significa el discurso que le acabamos de oír con tanto gusto en el día de hoy; o reconozca, si no se siente con ánimos, con alientos o con convicción para hacer eso, que debe dejar esta cuestión del tratado, como cuestión que afecta a intereses tan vitales del país, en la categoría de cuestión libre; declárelo así clara y sencillamente, con lo cual no haremos sino variar la forma de la sepultura en que está ya enterrado el tratado hispano-alemán en la conciencia de todos.

Su señoría nos ha dicho que contaba con grandes energías para arrostrar todas las dificultades del Gobierno, y para demostrarlo nos ha presentado su hoja de servicios; pero S. S. no ha podido señalar en [4608] ella sino acciones, algunas de ellas, es verdad, muy importantes y que permiten para clasificarlas emplear la fórmula de valor acreditado; pero todas ellas de historia antigua; y yo no he hablado de la historia antigua de S. S., sino de la biografía contemporánea, del momento presente, del estado actual de las energías de S. S.; y de esas si me he quejado en el discurso de esta tarde.

Nos ha hablado el Sr. Presidente del Consejo de Ministros de la salida del Sr. Gamazo, y al hacerlo nos ha dado la demostración práctica, con hechos, de lo mismo que yo venía afirmando. ¿Es posible que S. S. se dé tan poca cuenta de cuál es el estado de su propio partido y de la opinión del país, que no comprenda que tras el silencio de S. S. hemos leído toda la plena confirmación de lo que yo había dicho? Claro es que el Sr. Gamazo no es de los Ministros que necesitan que el Presidente del Consejo les indique la conveniencia de presentar la dimisión; pero si es de los hombres prontos en enterarse de que no hay entre el Presidente del Consejo y sus propios pensamientos aquella armonía íntima y perfecta, aquella satisfacción interior, sin la cual se puede perfectamente permanecer en el partido y apoyar al Gobierno, como lo hace el Sr. Gamazo, pero no se puede ser Ministro de Hacienda y realizar un programa del alcance y trascendencia del de el Sr. Gamazo. Y cuando el Sr. Gamazo se hubo convencido de esto (El Sr. Gamazo: Pido la palabra), entiendo yo que tomaría la resolución que significa y representa su salida del Ministerio, porque no creo yo que del Sr. Gamazo se pueda decir sencillamente que se marchó del Ministerio porque quiso y que entró porque lo tuvo por conveniente. El Sr. Gamazo ni sale ni entra en ningún Ministerio sino por motivos más fundamentales. Pero ya ha pedido la palabra, y sería ocioso y hasta inconveniente cuanto yo pudiera añadir sobre el particular.

No creo que pueda establecerse comparación de ningún género, ya lo dijo ayer con su elocuencia incomparable el Sr. Cánovas del Castillo, entre una cuestión internacional como la de las Carolinas y un tratado de comercio como el hispano-alemán. La una es cuestión política, la otra es cuestión de carácter económico y gubernamental, pero que no puede alcanzar, a menos que circunstancias extraordinarias no sobrevengan, y no sé que hayan sobrevenido en este caso, las condiciones de un conflicto diplomático.

Yo dejo todo lo que sobre el particular ha manifestado S. S. y las patrióticas indicaciones que ha hecho en el día de hoy; no he de entrar en su examen y discusión; pero lo que sí quiero hacer constar es, que no hay paridad posible entre ambas cosas, y que el partido conservador puede combatir el tratado (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Eso queremos, discutirlo) ; puede encontrarse enfrente del Gobierno sosteniendo sus convicciones, sin la necesidad de hacer los sacrificios que indudablemente haría como el primero si se tratara de una cuestión de orden público y de un verdadero conflicto internacional. Pruebas tiene dadas el partido conservador bien elocuentes y persistentes, que le excusan toda confirmación y toda probanza para apoyarlo, debiendo yo insistir, para concluir, en lo que ha resultado de las interrupciones que se han cruzado de banco a banco a pocos instantes.

Bueno es que conste, porque aquí parece que hasta se pierde la memoria de las cosas más notorias, que la mayoría de la Comisión del Senado, es, con efecto, en primer lugar, producto de la votación de la minoría conservadora de aquel Cuerpo, pero además también de un número considerable de individuos pertenecientes al partido liberal, y que dentro del seno de esa misma Comisión, es verdad, que podía depender de los tres conservadores que se firme inmediatamente y sin espera el dictamen; pero no es menos verdad, menos matemáticamente verdad, que depende igualmente la presentación del dictamen del voto de un individuo perteneciente al partido liberal hasta ahora, y de un individuo del partido liberal tan íntimamente unido al Sr. Sagasta, que ha hecho por el señor Sagasta demostraciones y sacrificios de tanto peso, como el Sr. Chavarri, que forma en la mayoría de los que son opuestos al tratado, aunque no ciertamente en la minoría del partido conservador en esa Comisión; con lo que dicho se está que igual es, por lo menos, la responsabilidad del Sr. Chavarri y de los individuos de aquella Comisión que pertenecen al partido conservador, con los cuales la comparte, y por lo tanto el Sr. Chavarri tiene él solo tanto poder como los tres individuos del partido conservador para hacer que el dictamen se firme inmediatamente.

Yo creo que ni el Sr. Chavarri ni los individuos del partido conservador tienen responsabilidad ninguna por lo que hasta este momento han hecho; pero si el Sr. Presidente del Consejo entiende que responsables son, reconozca, para ser justo, que no puede hablar aquí de responsabilidades del partido conservador; que podrá hablar a lo sumo de la responsabilidad de los que son opuestos al tratado, entre los cuales se cuenta, en efecto, todo el partido conservador, al menos en su inmensa mayoría; pero no pretenda desconocer S. S. que se cuentan también importantísimos individuos del partido liberal, que reclamarán seguramente de S. S. la libertad de acción que hasta ahora S. S. les había concedido. Y permítame S. S. que le diga que no es enteramente leal, dentro del orden de los procedimientos políticos, lo que S. S. quiere hacer, porque hasta ahora el silencio de S. S., la lenidad con que los ha tratado, las resistencias visibles que ha opuesto a hacer ninguna declaración de cuestión de Gabinete sobre el tratado, les ha permitido adquirir compromisos con la opinión, con sus electores, con todo el mundo; y no as el momento este de querer también arrojarlos por cima de la borda, como hizo con sus compañeros los Ministros. Paréceme sobrada crueldad con ellos, y más extraordinaria, si cabe, permítame que se lo diga, con el Sr. Chavarri, que tantos servicios ha prestado al partido y a S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: Habiendo pasado las horas de Reglamento se va a preguntar a la Cámara si se prorroga la sesión.

Hecha la pregunta por el Sr. Secretario García Prieto, el acuerdo fue afirmativo.

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el señor Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pocas palabras, realmente, porque aunque ingeniosa como todas las suyas, no merece más la rectificación del Sr. Silvela. [4609]

La cuestión está en saber si puede haber o no dictamen. Dice el Sr. Silvela: no puede haber dictamen, porque no hay más que tres conservadores y se necesitan cuatro para un dictamen. Pues yo he dicho, adelantándome a ese argumento, que si los conservadores quieren, el dictamen tendría la firma de los otros dos liberales, con lo cual serán cinco. Ante todo, lo que el partido liberal y el Gobierno quieren es que se discuta, es que se cumpla con lo que todo Gobierno tiene el deber de cumplir, en lo que claro está que sus amigos no le han de poner dificultad ninguna.

Por lo demás, S. S. ha hablado de los servicios que debo yo al Sr. Chavarri. Le debo ciertamente mucha amistad, y en clase de servicios los que nos debamos uno a otro serán servicios recíprocos; los servicios que recíprocamente nos debemos los que somos correligionarios . Por lo demás, el Sr. Chavarri defiende los intereses de su región: enhorabuena que los defienda; pero lo que no puede el Sr. Chavarri pretender en manera alguna, es evitar la discusión del tratado, porque eso no es defender sus intereses, sino perjudicar al Gobierno del partido a que pertenece.

Al preguntarme un individuo de la mayoría cuál sería la conducta del Gobierno respecto a esta cuestión, yo dije francamente la opinión del Gobierno sin ambages ni rodeos; le dije: para el Gobierno, esta es una cuestión de gobierno; todo hombre político que pertenezca al partido liberal, verá lo que ha de hacer con el Gobierno cuando declara una cuestión de gobierno; que, por lo demás, libertad completa tiene para, con arreglo a su conciencia, seguir la línea de conducta que estime conveniente. De manera que no era para el Gobierno una cuestión política, pero claro está que era una cuestión de gobierno, como son todas estas cuestiones.

Y como han pedido otros Sres. Diputados la palabra y creo que el debate no está terminado, no tengo más que decir al Sr. Silvela.



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